La calabaza o auyama como la llamamos en Venezuela, me traslada a mis días de estudiante universitaria. Recuerdo que en el camino de la universidad a casa al mediodía, me sorprendían el color y el tamaño de las auyamas en la puerta de la frutería.
Ya se había convertido en rutina el comprar alguna para hacerla en puré o en crema, sobre todo en esos días en donde el tiempo para cocinar era escaso porque había que salir corriendo al turno de clases de la tarde, además que apetecía comer algo ligero y sano.
Desde que vivo en España no había comprado este fruto tan sano y sabroso. En uno de mis últimos viajes al supermercado vi unas calabazas pequeñas y por primera vez me traje a casa una calabaza comprada en Madrid. Quedé fascinada por su frescura, su color intenso y su dulzura. La pelé y la corté en trozos grandes, los herví por apróximadamente 10-15 minutos con un poco de cebolla y ajo. Luego trituré todo con un poco de caldo, crema espesa, sal y pimienta. Decidí servirla con trozos de queso feta y pan tostado. El queso feta resultó perfecto por su sabor fuerte que contrastaba con lo dulce y suave de la calabaza. Aunque no soy asidua consumidora de sopas y cremas, no puedo negar el carácter reconfortante que suelen tener.